El lienzo de Senegal

El lienzo de Senegal

CARLOS C.  UNGRÍA | 07/05/2018

Una de las primeras decisiones que tomé nada más mudarme a mi nuevo hogar, en Madrid, fue decidir dónde te colocaba. Buscaba que tuvieras un lugar preferente. Me apetecía exhibir tu colorido, que tu presencia —al final me decanté por situarte en el salón— me permitiera recordar mi primer viaje por África.
¿Lo recuerdas? Te encontré en Kafountine (Senegal). Aquella tarde iba caminando junto a Jùlia, Isabel y resto de compañeros de Viatges en Ruta, cuando te vi, junto a otros lienzos, en un pequeño puesto de arte situado a los pies de la carretera. El estand nos encantó a los tres y, tras una breve negociación, nos hicimos cada uno con un cuadro.
Lo pienso y no sé quién ​es el autor de la obra, ni ​cuál es el título original, si es que lo tiene. Cuando me preguntan, siempre me refiero a ti como El lienzo de Senegal,  uno de los mejores recuerdos materiales que me traje del continente negro. ​
Mientras te observo y escribo estas líneas, mi cabeza regresa de nuevo allí. La primera vez en África. Los días en Gambia y en Senegal. La convivencia con familias autóctonas, la inmersión cultural, los viajes en coche, los ritos locales, las conversaciones, la fotografía.
Hay una pequeña anécdota que me acompaña desde entonces. Ocurrió en Caparán, un poblado senegalés donde vibramos con la fiesta del Kumpo y con la calurosa acogida que nos brindó su gente. Aquella noche estaba agotado y dormí francamente bien. No podía más. Estaba tan cansado, de hecho, que no le di ninguna importancia a no tener almohada y a estar tumbado sobre una vieja colchoneta apoyada en palets de madera. Tampoco me importó que la mosquitera estuviera rota y que el techo estuviera plagado de arañas. Estaba exhausto,… ¡Y estábamos en una aldea de Senegal!
Dormí bien. Pese a las condiciones, pese al calor. Y nada más despertarme, pensé en la ducha. Sentía la necesidad de refrescar mi cuerpo. Entonces me dirigí a un baño que había junto a nuestra caseta. Entré y no había agua. Giré el grifo y no salía nada. Qué sensación desde una perspectiva occidental. Entonces hablé con el grupo de mujeres encargadas de las instalaciones y me facilitaron un cubo de agua fría. Al estar en agosto, una de las épocas con más precipitaciones del año, no había escasez de agua ni mucho menos.
La escena fue la siguiente: un hombre blanco dirigiéndose al baño con un cubo de agua fría en una mano y un neceser con productos del primer mundo en la otra. Qué contraste. Entré en la ducha y me lavé, como uno más, con la paradoja que supone hacerlo en esas condiciones.
Sí, una de las primeras decisiones que tomé nada más instalarme en mi nuevo hogar fue colocarte en el salón. Para que así estés presente en mi nueva etapa en Madrid. Para que así me recuerdes la aventura de África y el valor de las cosas.

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